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Cuando los arqueologos debaten

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Cuando los arqueólogos debaten

El profesor Josep-Ignasi Saranyana dirige la obra Teología en América Latina. El volumen 3, coordinado por Carmen José Alejos, acaba de publicarse con el título: El siglo de las teologías latinoamericanistas (Iberoamericana-Vervuert, 2003)

La arqueología ha estado jugando un papel de importancia en el estudio de la Biblia desde el siglo XIX, cuando comenzaron a hacerse expediciones a Egipto y Mesopotamia con el fin de desenterrar textos antiguos que pudieran aportar información sobre aquélla –entre los cuales, uno, por ejemplo: permitir identificar un diluvio parecido al de Noé (G. Smith en una tablilla procedente de la ciudad de Nínive)–. En aquella época, la arqueología carecía de metodología científica, y se convertía con frecuencia en una caza de tesoros. En Palestina, la región bíblica propiamente dicha, la primera excavación no tuvo lugar hasta 1890 (en Tell el-Hesi, la antigua Egl-n), cuando de la mano de su director, W.M.F. Petrie, la arqueología se había convertido ya en una disciplina con objetivos y metodología propios.


Eentrada de la basílica del Santo Sepulcroen Jerusalén

En el período entre las dos guerras mundiales, las excavaciones de Ur (Tell el-Muqayyar), en Iraq, y las de Ugarit (Ras Shamra), en Siria, se hicieron especialmente conocidas. Las excavaciones en Ur (véase Gen 11, 31) se hicieron famosas porque sacaron a la luz un grupo considerable de sedimentos depositados por la acción del agua, datados a principios del quinto milenio a.C., que su excavador anunció como prueba del diluvio –hoy se considera que, probablemente, se debieran a cambios en el lecho del río Éufrates–. Las excavaciones en la antigua Ugarit (de 1929 en adelante), bajo la dirección de C.F.A. Schaeffer, fueron de importancia porque desenterraron numerosas tablillas de arcilla con textos de los siglos XIV-XIII a.C., escritos en ugarítico, una lengua alfabética escrita en caracteres cuneiformes, pariente del antiguo hebreo, que no se conocía hasta entonces. Varios de esos textos han proporcionado información sobre lo que parece ser la religión del antiguo Canaán, que se conocía hasta el momento sólo desde la perspectiva bíblica. De este período, cabe destacar, en Palestina, las excavaciones en la ciudad de Meguido, la bíblica Armaguedón (del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago: C.S. Fisher, P.L.C. Guy, G. Loud, 1925-38), que marcan un hito por lo que se refiere tanto a la amplitud de sus objetivos (se intenta excavar el yacimiento en su totalidad), como a su intento de ser científicas y su cuidada publicación. Durante toda esta época, la arqueología es puesta al servicio de las narraciones bíblicas para entender los acontecimientos de los que aquellas hablan (W.F. Albright, G.E. Wright).


Los rollos del Mar Muerto
El hallazgo de los rollos del Mar Muerto, conteniendo, entre otros, los textos bíblicos más antiguos hasta la fecha, abre un capítulo aparte dentro de las investigaciones en Palestina. Si bien los primeros rollos se encuentran de manera casual en una cueva cercana al Mar Muerto en el invierno de 1946-47, su relevancia provoca la inspección de todas las cuevas de la región en los años siguientes, lo que lleva a descubrir otros rollos y diversos materiales arqueológicos. Desde 1951, las excavaciones de P. De Vaux en el cercano complejo de Khirbet Qumrán exponen un complejo de oficinas contemporáneo a los rollos, que aquél interpreta como un monasterio en uso desde el final del siglo II a.C. hasta alrededor del año 68 d.C.
Las excavaciones israelíes en la ciudad de Jatsor, desde 1955 en adelante, (dirigidas por Y. Yadin) fueron especialmente importantes. Jatsor era susceptible de revelar datos relacionados con el texto bíblico, porque la Biblia menciona que la ciudad fue destruida por Josué en la conquista de Canaán por los israelitas (Jos 10, 13), y que, más tarde, fue construida (de nuevo) por el rey Salomón, junto con las ciudades de Meguido y Guizer (1Re 9, 15). La expedición arqueológica de Jatsor desenterró, de hecho, un tipo de puerta que Yadin también identificó en las ciudades de Meguido y Guizer; y expuso una destrucción total de la ciudad en el siglo XIII a.C., que Yadin relaciona con la conquista de Josué. La correlación con los textos bíblicos parecía perfecta. Otras excavaciones israelíes de importancia fueron las llevadas a cabo en la ciudad de Masada (1963-65, también dirigidas por Yadin), donde se descubrieron los restos del palacio de Herodes y de las construcciones de los últimos combatientes en la primera guerra judía contra Roma (66-74 d.C.) Paralelamente, durante esta época, K. Kenyon lleva a cabo unas excavaciones pioneras por su metodología a estratigráfica en Jericó. Sus trabajos revelaron a Jericó como una de las ciudades más antiguas de la región, con niveles desde el octavo milenio a.C. en adelante. Por lo que se refiere al período propiamente bíblico, sus excavaciones mostraron que el yacimiento no tenía murallas en la época en la que se supone que Josué conquista Canaán, lo que, y a diferencia del caso de Jatsor, suponía una discrepancia respecto a la narrativa bíblica de la conquista (Jos 6). Durante los años 60 y 70 las excavaciones se multiplicaron por toda la región (por ejemplo, las de V. Corbo y S. Loffreda, del Studium Biblicum Franciscanum, en Cafarnaum), las prospecciones arqueológicas empezaron a hacerse frecuentes, y en consecuencia los datos sobre la cultura material de la región aumentaron exponencialmente, pero poco a poco fueron apareciendo críticas respecto a la concepción tradicional de la arqueología en la región, que W.G. Dever catalizó.


Para comprender el pasado
Con una fuerte aversión a la motivación religiosa de muchos de los arqueólogos, que según este investigador les llevaba a tener prejuicios irreparables, Dever exigió en 1972 que la disciplina se secularizara y se profesionalizara. Bajo la influencia de la corriente de la Nueva Arqueología, de peso en Estados Unidos desde los años 60, Dever propuso que la arqueología debía pasar de describir tipologías de cultura material a reconstruir formas antiguas de vida, al modo de la antropología; que debía buscar las leyes generales del comportamiento humano; y que debía plantearse de modo científico, mediante la verificación de hipótesis y el trabajo conjunto con otras disciplinas, que pudieran aportar información relacionada con el pasado humano (la paleozoología, palinología, etc.) Sus críticas tuvieron influencia, sobre todo en estos dos últimos aspectos y en su llamada a la profesionalización de los arqueólogos de la región, pero su empeño en distanciarse del texto bíblico y de los biblistas en la región donde apareció la Biblia fue rechazado.
Desde la década de los 80, las excavaciones y las prospecciones han continuado sucediéndose. En la actualidad, algunas revisiones metodológicas están cuestionando el sistema cronológico tradicional, especialmente el referido al período de la monarquía israelita (se ha puesto en entredicho la identificación de las puertas salomónicas de Yadin), lo que está generando un sustancioso debate entre los arqueólogos cuestionadores, que llegan a dudar de la existencia de los reyes David y Salomón en los términos planteados por la Biblia (I. Finkelstein, D. Ussishkin) y los que reafirman la cronología tradicional y las ideas tradicionales respecto a la monarquía (A. Ben-Tor, A. Mazar). Los resultados de este debate están aún por elucidarse. En cualquier caso, en los últimos años, el examen de la naturaleza de los datos arqueológicos a la luz de los diversos tipos de procesos históricos enunciados por F. Braudel (escuela histórica francesa de los Annales) ha hecho que la arqueología del período bíblico preste mayor atención a la historia social y económica de la región.
De este modo, la arqueología del mundo bíblico busca hoy comprender el pasado de la región donde apareció la Biblia en función de los restos materiales y las alteraciones en el medio ambiente que los humanos dejaron tras de sí. Se concibe como una fuente para la reconstrucción histórica, al mismo nivel que las fuentes escritas (entre las cuales están los textos bíblicos, los epigráficos y varios otros) y las iconografías. No es tarea suya probar ni refutar la historicidad de la Biblia, puesto que la Biblia es un libro religioso para edificar la fe de los creyentes, no un libro de historia crítica. Lo que la arqueología puede hacer desde el punto de vista del creyente, y de hecho hace, es ayudar a entender la dimensión encarnada de la Historia de la Salvación en un tiempo y cultura concretos.

Carolina Aznar


La piedra del sepulcro de Cristo

Un testimonio verdadero
Hace pocos años, nos sorprendió el siguiente titular de prensa: «Descubren que uno de los más aplaudidos testimonios sobre el Holocausto es falso» (ABC, 29/9/98, p. 52). Debajo leíamos: «Se ha descubierto que una obra monumental», presentada como un «documento único y excepcional» sobre la experiencia infantil en los campos de concentración y exterminio nazis, y que ha sido premiada internacionalmente como «testimonio sin precedentes», es, sencillamente, pura invención «literaria». El juicio del periodista era inusualmente duro: hablaba de escritos sin escrúpulos morales, impostor, desfachatez moral, mentira absoluta. No le faltaba razón: ese hombre había dado –presuntamente– un falso testimonio que había engañado a mucha gente de buena fe.
A veces se da por hecho que poco o nada podemos decir sobre la verdad de lo narrado en la Biblia…, y parece que poco o nada importe para nuestra fe: lo decisivo sería vivir según las enseñanzas de Jesús, ser buenos, solidarios, etc. Los libros sagrados, obra de creyentes, no tendrían fiabilidad histórica, no nos permitirían acceder a los acontecimientos que describen: serían, en la mayoría de los casos, fábulas piadosas. Pero con ello se atribuye a los autores sagrados, y en último término a Dios (autor de la Escritura), un falso testimonio, porque, si de algo da fe la Escritura, es de la intervención de Dios en la Historia. Como le gusta decir a un amigo mío italiano –biblista él y de los buenos–: «¿De qué me sirve que el episodio de Zaqueo sea tan fascinante, si no ha sucedido? ¡Me fascina porque ha sucedido!» Y puede, por tanto, volver a suceder en mi vida. Si Jesús interesa a alguien es porque vivió, murió y resucitó, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajo Poncio Pilato.
La Escritura es el testimonio escrito de la revelación de Dios; mientras afirma autorizadamente su valor salvífico, sostiene su verdad histórica. La historicidad de la Biblia es un tema complejo, que ha de tener en cuenta muchos factores; pero ante esta complejidad no vale una respuesta fácil que vacíe la Escritura de contenido real. Lo que no ha acontecido no puede salvar: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; y quedamos como falsos testigos de Dios». Los autores sagrados, al realizar su labor literaria y teológica, obraron a la vez con libertad y con fidelidad. Compusieron, seleccionaron, ordenaron, redactaron o sintetizaron los textos que quisieron transmitir, como enseña el Vaticano II; basta comparar los evangelios para descubrir las diferencias entre ellos y la personalidad de cada uno. Pero este hecho no quita realidad a la historia que narran y presentan como verdadera. Más bien al contrario: pone en evidencia su carácter humano (¿es acaso posible que dos personas escriban dos relatos idénticos?) y, a la vez, muestra su riqueza. La variedad de testimonios sobre Jesús, pluriformes pero concordes, manifiesta la experiencia de cada testigo y revela a la vez la hondura inagotable de su misterio.

Luis Sánchez Navarro

Nuevo Saulo de Tarso 2008

¡Tu palabra es lampara a mis pies!